Tras reflexionar sobre los hechos del siglo XX, con sus virtudes y atrocidades, llevar a cabo una representación humana clásica, con su perfección y sus dimensiones ideales, se me antoja imposible. En este inicio del siglo XXI he sentido la imperiosa necesidad de fraccionar el cuerpo humano, tal vez como reflejo del
desmembramiento de nuestra identidad, empujada por el conocimiento y la culpa, por las aspiraciónes y frustraciones de nuestra vida, por el cambio constante y la ruptura con lo establecido en nuestro entorno. Por todo ello, me he visto obligado a representar al hombre en sus partes como si fuesen piezas de un rompecabezas que esperan ser ensambladas.
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